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08 septiembre 2005

(Historias) El vampiro

Hace unos meses la peste había asolado la ciudad como ni los más ancianos podían recordar, los muertos se agolpaban insepultos por las calles y en la necrópolis. Las casas permanecían cerradas durante todo el día y sobre las puertas colgaban, inútiles, amuletos protectores y talismanes, la diezmada población sólo esperaba que la muerte abandonara, saciada, su otrora próspera urbe.

Los días pasaron y el goteo de muertes fue reduciéndose hasta casi cesar por completo, los supervivientes salieron poco a poco de sus casas intentando rehacer sus vidas, la normalidad volvía poco a la urbe, sólo los rumores sobre unas fantasmagóricas figuras que vagaban por el viejo cementerio turbaban el esperado renacer.

Una noche se puso en marcha una patrulla de la guardia urbana con un sacerdote de Sigmar fueron enviados por el gobernador a investigar y destruir la posible amenaza. Todos eran veteranos de muchas batallas, guerreros curtidos que habían visto muchas cosas, pero no era suficiente... El espectáculo hizo vomitar a más de un valiente: decenas de criaturas de negros colmillos y pútrida carne desenterraban y desgarraban los cadáveres recién enterrados, sus bocas rezumaban sangre negra, enjambres de negras moscas volaban sobre charcos de fétida podredumbre, empalados en los árboles, niños desaparecidos durante la peste los miraban con las cuencas de sus ojos vacías y los rostros congeladas en muecas de terror mientras pequeños murciélagos anidaban en sus entrañas. En el centro de la escena una figura encorvada y cubierta por una negra túnica entonaba un frío cántico mientras ofrecía un cáliz de negro azabache rebosante de sangre fresca a Tel´emach, la secreta estrella negra de la muerte.

Ocultos tras un túmulo la guardia encomendó sus almas a Sigmar antes de que el capitán diera el grito de ataque: Cargaron hacia la negra criatura a través de la macabra escena, los más rezagados fueron sujetados por manos tumefactas que salían de las entrañas de la tierra, y paralizados sus miembros fueron arrancados uno a uno por una turba de muertos vivientes que abandonaba sus tumbas. Sin pararse a contemplar esa horrible escena los demás continuaron la carrera, destrozando a los horrendos necrófagos que se interponían en su camino. Sin embargo no demasiados escaparan a sus garras emponzoñadas y su muerte cruel pero rápida fue envidiado por aquellos que perecieron atacados por los murciélagos, pues éstos se aferraron con su colmillos a los rostros de los soldados y comenzando por los ojos fueron arrancando sus facciones a base de infinitas mordeduras.

Sólo el aguerrido capitán y el sacerdote consiguieron alcanzar a su líder, que inmerso en el despertar a la no muerte ni siquiera se volvió, el siervo de Sigmar comenzó una plegaria de fuego purificador que terminó en un brusco estertor cuando un negro lobo de ojos llameantes segó su garganta. El guerrero dirigió contra él su ataque y tras detener con su afilada espada un par de acometidas hendió su cráneo de una estocada devolviéndolo a su tumba ya para siempre.

Todavía quedaba una esperanza, la negra criatura seguía inmersa en su hechizo, su propia muerte era inevitable pero si lograba abatirla quizás la ciudad lograría salvarse, preparó una rápida estocada, directa a su espalda, entre los omoplatos y hasta el corazón. Pero entonces el ser se volvió, y el capitán de hombres pudo ver el rostro de la criatura: donde debía haber piel quedaba sólo carne tumefacta y sanguinolenta, uno de sus ojos era ocultado por las repulsivas arrugas y llagas que cubrían su cuerpo y desde otro hinchado y rojo veía una pupila dilatada más allá de lo natural, su nariz era un hueso casi descarnado y retorcido y debajo una abertura sin labios ni dientes, con una lengua ennegrecida sonreía.

La visión paralizó al soldado, que no notó como su corazón era arrancado por una mano deforme y que se vio arrastrado en el sueño eterno... de la no muerte.

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